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Vista del castillo de Benisanó, donde fue encarcelado el rey. :: lp
La prisión valenciana del rey de Francia

La prisión valenciana del rey de Francia

El 29 de junio de 1525 desembarcaba en Valencia el prisionero de Pavía: Francisco I

DANIEL MUÑOZ

Domingo, 1 de marzo 2015, 00:11

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Se cumple el 490 aniversario de una de las victorias militares españolas más recordadas: la batalla de Pavía, la cual tuvo lugar el 24 de febrero de 1525. En ella, las tropas germano-españolas de Carlos V infligieron una severa (a la par que inesperada) derrota sobre el ejército francés, de tal modo que el mismísimo rey de Francia fue hecho preso en el fragor de la batalla. Francisco I tuvo que rendirse y quedar preso de su primo, el emperador Carlos V, siendo trasladado hasta la Corte de Madrid, adonde llegó el 12 de Agosto de ese mismo año. No obstante, el emperador se encargó de que durante su cautiverio se le dispensara un trato a la altura de su condición.

El traslado de Francisco I hasta Madrid se llevó a cabo con gran cautela, prolongándose durante varios meses. Y fue precisamente en el puerto de Valencia donde desembarcó, permaneciendo en tierras valencianas durante varias semanas, antes de continuar su periplo por tierra. La estancia de tan ilustre figura en Valencia no pasó por alto para los vecinos de la ciudad ni tampoco para los cronistas, quienes recogieron todos los pormenores en sus obras.

El 29 de junio de 1525 desembarcaba en el Grao de Valencia el prisionero de Pavía. Nada menos que el poderosísimo rey de Francia, Francisco I. El monarca iba acompañado por una nutrida escuadra naval, formada por cuatro bergantines y veintiuna galeras, quince de las cuales pertenecían al emperador Carlos V y las seis restantes al propio rey de Francia. Todas estas embarcaciones, además de bien armadas y avitualladas, iban especialmente ornamentadas para la ocasión, principalmente la del capitán Portundo, el navío que alojaba al rey. La presencia de estas embarcaciones en aguas valencianas se prolongó durante algún tiempo, contribuyendo a calmar los ánimos en un periodo convulso, marcado por la represión de la revuelta agermanada y el descontento social entre la población mudéjar ante la cédula de conversión forzosa.

Tras avistar la llegada de las naves y correr la voz en la ciudad, toda Valencia se apresuró a desplazarse hasta el puerto para asistir al desembarco de tan regio visitante. No obstante, esa primera noche Francisco I permaneció a bordo y la gente se tuvo que retirar, regresando al día siguiente, cuando ya por fin el rey preso tomó tierra. Los notables valencianos fueron los primeros en dar la bienvenida al rey, seguidos de una multitud de espectadores, entre ellos el cronista Gaspar Escolano, que relata como al desembarcar Francisco I vio a numerosos mozos valencianos con espadas y exclamó con admiración: «dichosa España, que engendras los hijos armados».

Escoltado por las autoridades, fue trasladado a las Atarazanas, donde recibió la visita de los jurados y demás autoridades políticas y jurídicas. Esa misma tarde, fuertemente custodiado, partió hacia la capital y se alojó en el Palacio Real. A la mañana siguiente acudió al palacio episcopal a saludar a la reina Germana de Foix, quien no había podido acudir al Grao a darle la bienvenida por encontrarse cuidando de su marido, gravemente enfermo.

Tras ser recibido y agasajado en la ciudad como un monarca, a pesar de su cautiverio, Francisco I fue trasladado al castillo de Benisanó, la prisión escogida para su estancia valenciana. Esta residencia y fortaleza señorial, construida en la segunda mitad del siglo XV, era propiedad de Don Jerónimo de Cavanilles, y se asentaba sobre el solar de la antigua alquería árabe de Benixanut, de la cual tomó su nombre.

Durante los dieciocho días que permaneció allí, su anfitrión se encargó de organizar fiestas, cacerías, recitales de poesía y bailes para agasajar a su huésped. De estas jornadas surgió una leyenda que, aunque cambiante, ha llegado a nuestros días. Se cuenta que el señor de Benisanó tenía dos hijas que cautivaron al monarca y que éste, durante un baile, preguntó a Cavanilles con cuál debería bailar primero para no desairar a la otra. «Señor, bailad con ambas a dos», le contestó el noble. Sin embargo, otra versión menos galante de este suceso afirma que las dos jóvenes se negaron a bailar con el rey extranjero, retirándose a sus habitaciones. El padre, enfurecido por esta descortesía, las sacó de sus lechos a rastras, las presentó humilladas ante el rey y pronunció la frase que es la divisa de sus armas y que aún puede leerse en los salones del castillo: «¡La supervia de vos matará amos á dos!».

Durante su estancia valenciana, Francisco I fue objeto de múltiples atenciones por parte de la nobleza valenciana y recibió vivas muestras de simpatía por parte del pueblo. Según las crónicas, incluso algunos enfermos de tuberculosis, confiando en la leyenda que atribuía a los reyes de Francia poderes taumatúrgicos, se presentaban a él después de la misa con la esperanza de ser librados de este castigo divino.

El día de su marcha hacia Madrid (la cual tuvo lugar el 20 o 21 de julio), se arrojó por la ventana toda la vajilla de plata con que se le había servido a Francisco I en su estancia, en señal de agradecimiento al pueblo allí reunido para verlo partir. Tras pernoctar esa misma noche en Buñol, prosiguió su viaje hasta la villa de Requena, castellana en aquel momento, donde le esperaban Fray Francisco Ruiz, obispo de Ávila, y otros comisionados de su Majestad Imperial. Fue este el punto y final de la prisión valenciana del rey de Francia.

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